Ir a Roma con niños es saber
que deben estar dispuestos a aguantar colas, caminatas con un calor húmedo como
telón de fondo, empujones en el metro y una dosis de arte fuera de lo común.
¿Merece la pena? Por supuesto que sí. Y así lo vamos a transmitir.
Cuatro días en Roma dan para
mucho, o dan para poco —según se mire— porque esta ciudad tiene infinitos
encantos que van más allá del Coliseo o del Vaticano.
El vuelo a Roma desde Málaga
dura dos horas y media. Se pueden encontrar buenas ofertas con Ryanair o
Vueling con horarios aceptables para poder aprovechar la escapada.
La oferta de alojamiento en
la Ciudad Eterna es muy extensa,
adaptada a todos los gustos y bolsillos. Desde hace ya algún tiempo, nuestro
modo favorito de hospedaje son los apartamentos porque te ofrecen libertad
horaria y de movimiento, puedes preparar comidas adaptadas a los pequeños y
dispones de espacio suficiente para que entren cuatro personas y puedan
sentirse prácticamente como en casa. En esta ocasión nos alojamos en un
apartamento situado a pocos metros de la Plaza de San Pedro (un lugar
privilegiado) y de la plaza del Risorgimento, lugar ideal para coger el autobús
(el 81) o el tranvía para moverte por la ciudad. La estación de metro más cercana
es Ottaviano que te conecta con Termini y con cualquier otro punto de la urbe.
DÍA 1. Vuelo y visita exprés
Nuestro vuelo tenía la
llegada al aeropuerto de Ciampino, el más pequeño de Roma. Está situado a unos
15 km. del centro y está conectado con la ciudad por trasporte público (autobús
y tren) aunque nosotros preferimos coger un taxi que nos dejase con las maletas
en la puerta del apartamento. Empezamos comentando que esta es la ciudad de las
colas y lo de coger taxi, no iba a ser una excepción. Tuvimos que esperar unos
treinta minutos hasta que llegó nuestro turno —este tipo de cosas choca
tratándose de uno de los puntos más turísticos del mundo—. La carrera cuesta
alrededor de unos 30€ y debes asegurarte de lo que te van a cobrar porque hay
taxistas que se aprovechan de los turistas.
Para visitar la ciudad
tienes la opción de hacerte con unas tarjetas turísticas que se llaman Roma
Pass pero debes calibrar el número de visitas que vas a hacer (especialmente, a
los museos) para que te salga rentable. Cuesta 36€ para tres días e incluye el
uso de cualquier transporte público y la entrada a muchos museos y monumentos.
Para niños menores de 6 años es gratis. Nosotros decidimos no comprarla puesto
que los Museos Vaticanos (los más caros) los llevábamos reservados con
antelación y además, no entran en la tarjeta turística.
Este día teníamos solamente
la tarde para poder disfrutar y ubicarnos en la ciudad. Tras dejar las maletas,
nos encaminamos a la parada de metro y de allí, nos dirigimos al centro.
Decidimos bajarnos en la Plaza de España, tomar la calle Balbuino y llegar
hasta la Piazza del Popolo. Por el camino decidimos degustar uno de los grandes
placeres italianos, los helados. Mientras nos los comíamos, las grandes firmas de
moda pasaban por los escaparates a nuestro lado. Las terrazas de la plaza
estaban repletas de gente y pudimos ver las iglesias gemelas que circundan este
espacio elíptico. Son dos templos barrocos que se encuentran enfrentados a otro
gran conjunto arquitectónico, la Porta del Popolo y la Basílica de Santa María
del Popolo, visitada por las huellas que Bramante, Rafael y Bernini dejaron en
el edificio. También se halla en el interior La crucifixión de San Pedro, un imponente cuadro de Caravaggio.
Tras encaminarnos por la Vía
del Corso y callejear un poco, llegamos hasta otro de los monumentos más
importantes de la ciudad: El Panteón de Agripa. Pudimos entrar y contemplar el
impresionante óculo y la cúpula. Lo dicho, impresionante. En su interior se
encuentran los restos de Rafael y del rey Víctor Manuel II.
La cantidad de gente en las
calles era un poco agobiante. Abundaban los paquistaníes vendiendo palos de selfie, los africanos con
falsificaciones de bolsos y otras personas que te ofrecían los más
insospechados objetos por la calle. La Piazza Navona y sus espectaculares
fuentes nos hicieron olvidar la muchedumbre. Destacan las esculturas dedicadas
a los dioses de los ríos.
La verdad es que
aprovechamos bien la tarde, mejor de lo esperado. Estaba anocheciendo y
decidimos volver al apartamento y descansar porque había sido un día ajetreado
y agotador. Pero, ¿quién se resistía a no asomarse a la Plaza de San Pedro
cayendo el sol y estando al lado? Las vistas de la Basílica y las columnas de
la plaza fueron lo último que pudimos retener en nuestras pupilas antes de
retirarnos a cenar y descansar.
DÍA 2. Museos Vaticanos y variedades
Antes hablábamos de colas.
Las peores, con diferencia, son las de los Museos Vaticanos. Como nos habíamos
informado previamente, compramos los tickets por Internet y nos ahorramos el
esperar entre ese río de gente. Por adquirirlas anticipadamente, debes pagar un
suplemento de 4€ por persona, algo que compensa en tiempo y energía. Los niños
no pagan.
Hay multitud de empresas y
guías que te ofrecen ser conducidos por el interior. Nosotros preferimos ir por
nuestra cuenta puesto que ya sabíamos lo que queríamos ver. De todas formas,
hay que tener en cuenta que la visita a estos museos supone destinar la mañana
o la tarde a ellos en exclusiva. El tiempo para verlos oscila entre las cuatro
o las cinco horas.
En este punto me debo detener
para darle la enhorabuena a mis niños. Con sus cinco y tres años de edad, se
portaron como auténticos jabatos, acompañándonos en todo momento y siguiendo
nuestras indicaciones. ¿Quién dice que los niños no pueden ir a los museos?
Pienso que el truco está en implicarlos en la visita, en enseñarles cosas que
les puedan llamar la atención y en ir a su ritmo.
Los Museos Vaticanos son una
auténtica maravilla. El Patio de la Piña, la Galería de los Mapas y su bóveda,
las colecciones romanas, egipcias y griegas, la Estancia de Rafael con sus
inigualables frescos, la Galería de los Tapices, el museo etrusco,… podríamos
seguir pero todo se define en una palabra: excepcional. Es un éxtasis para los que nos gusta el arte
contemplar en el mismo sitio obras como el Laocoonte
y sus hijos, el fresco La Escuela de
Atenas de Rafael, la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, cuadros
de Leonardo da Vinci, de Caravaggio, de Dalí, de Matisse... y otro largo
etcétera. Y todo esto, lo repito, con niños pequeños.
Tras hacer una pequeña
parada en la cafetería del museo, nos fuimos a almorzar al apartamento. Estamos
justo al lado y decidimos comer y dejar que los niños durmieran una siesta.
Mientras los niños
descansaban hicimos los planes para la tarde. Una ruta andando que nos llevase
a lugares próximos.
Empezamos por la visita al
interior de la Basílica de San Pedro. Otra vez a aguantar colas. Menos mal que
iba rápido y en poco más de quince minutos entramos al templo. Habían unas
canonizaciones al día siguiente por lo que estaban restringidas ciertas zonas y
la multitud hacía que tampoco se disfrutase como se debía de la visita. Como ya
la habíamos visto en anteriores viajes, sólo nos dimos una vuelta y salimos al
exterior. A los pequeños les llama mucho la atención la Guardia Suiza con sus
uniformes multicolores.
Sin prisa pero sin pausa,
nos dirigimos hacia el Castel de Sant’Angelo y al puente del mismo nombre. Hay
un ambiente y unas vistas muy agradables del río Tíber y de los puentes
circundantes. El castillo es una fortaleza imponente que se construyó para ser
el mausoleo del emperador Adriano. En el puente se observan los candados
típicos que los enamorados colocan para hacer que su amor los una para siempre.
Las estatuas de ángeles que
flanquean el puente nos despiden para hacer que lleguemos a la iglesia de Sant
Giovani del Fiorentini, en el centro de la ciudad.
Para hacerles a los niños
más amena la visita, les compramos unos escudos y cascos de gladiadores que
venden en las tiendas de souvenirs. El Campo di Fiori y la Piazza Farnese son
los últimos espacios que disfrutamos antes de coger el autobús 81 que nos llevó
a nuestra morada romana.
DÍA 3. Iglesias, basílicas, plazas y Barrio del Trastevere
Este día se celebraba la
Maratón de Roma, miles de corredores que inundaban la ciudad. Este
acontecimiento hizo que las líneas de autobuses cambiasen la ruta y que
nosotros nos despistáramos un poco.
Tras ubicarnos
definitivamente llegamos a la Basílica Santa María Maggiore por la Plaza del
Esquilino, desde donde teníamos unas vistas preciosas del área del ábside de la
construcción. En el interior del templo destaca su artesonado bañado con el
primer oro que vino del Nuevo Mundo y que le regaló Carlos I al Papa. También
son de gran interés los mosaicos del siglo V, el monumento funerario de mármol
del Papa Sixto V y la tumba de Bernini que se sitúa cerca del altar mayor.
Este día, a diferencia de
los anteriores, la temperatura era considerable y el calor hacía mella sobre
nosotros. Para evitar andar y ahorrar tiempo, cogimos un taxi que nos acercó
hasta la iglesia de Santa María in Cosmedin y Bocca della Veritá. Este pequeño
templo bizantino medieval atrae a los turistas por la Boca de la Verdad, una
antigua fuente romana con el rostro de un dios y cuya leyenda dice que los
mentirosos que metan la mano dentro de la boca serán mordidos por una
serpiente. La foto es de carácter obligado y el hecho de meter la mano es algo
que le divierte a la vez que asusta a los niños.
Iba llegando la hora de la
comida y nos dirigimos al barrio del Trastevere tras cruzar el Ponte Palatino.
Entrar en este barrio es saborear el auténtico sabor romano, con sus casas en
colores tierra, la ropa tendida en las fachadas y las trattorias tradicionales
inundando de olores exquisitos las calles. Las pequeñas plazas se cruzan con
puestos de artesanía y con pintores que muestran sus obras a los paseantes.
Comimos en una trattoria,
Papa Re, muy recomendable por su carta de platos típicos, su aromático café, su
servicio y su buena relación calidad-precio.
Tras reponer energías nos
dirigimos a la Piazza di Santa Maria in Trastevere, lugar en el que se sitúa la
iglesia del mismo nombre. De su interior destaca el ábside, una obra maestra en
una pared curvada cubierta de mosaicos en oro y cristal.
Tras salir de allí, quisimos
volver a cruzar el río para dirigirnos a la Piazza Venezia y sus alrededores.
Cogimos un taxi para no caminar tanto y llegamos al lugar que destaca por su
grandiosidad y por su color blanco, los romanos la llaman “La Tarta”. Es la construcción
más grande de la ciudad, un impresionante monumento de mármol blanco dedicado a
Vittorio Emmnuele II a caballo. En el recinto se sitúa la tumba del soldado
desconocido, flanqueada por militares.
Después de visitar los
alrededores y obtener algunas instantáneas que bien pueden ser de postal,
volvimos al apartamento para cenar y descansar para afrontar nuestro último día
en Roma.
DÍA 4. Coliseo y alrededores
El último día solo
contábamos con poder aprovechar la mañana así que nos dirigimos a Termini para
dejar en consigna las maletas y desde allí movernos por la ciudad romana
antigua. Otro dato: también para la consigna había colas. Y la tarifa no es
nada barata, 6 € por maleta las primeras cinco horas, independientemente que la
uses por una o por cinco horas.
Desde Termini nos dirigimos
en metro al Coliseo que está tan solo a dos paradas. Para los niños es muy
atractivo puesto que las historias de gladiadores, leones y emperadores con el
dedo hacia abajo les fascinan. El hecho de que en los alrededores hayan hombres
vestidos de romanos, crea un ambiente propicio para el poder de la imaginación
infantil. Eso sí, que a nadie se le
ocurra hacerles fotos sin pagar porque se ponen de muy mal humor.
No pudimos visitar el
interior del Coliseo por falta de tiempo y porque la entrada es combinada con
el Foro Romano y el Palatino. De todos modos, en un viaje anterior ya pudimos
visitarlos así que son los niños los que se quedan con esa deuda pendiente.
Unas fotos y un paseo fueron
suficientes para hacernos una idea de lo impresionante que debió ser la ciudad
romana y para apurar el tiempo que teníamos hasta regresar en autobús al aeropuerto
de Ciampino desde Termini.
Y esto es todo lo que ha
dado de sí nuestra escapada a Roma. Como siempre, se nos quedan visitas atrás
pero esa es la excusa que tendremos para volver a esta ciudad que nunca deja de
sorprender. La Villa Borghese, los Museos Capitolinos y para los niños el Time
Elevator o el Museo Explora son los primeros que tenemos anotados en nuestra
lista para volver. ¿Alguien da alguna idea más?
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