Este
viaje surgió sin pretenderlo. No teníamos destino para las vacaciones de verano
y, de repente, un vuelo Sevilla-Burdeos se cruzó en nuestro camino. Una vez
comprados los billetes, debíamos preparar algo que hacer en los siete días que
íbamos a estar en familia rodando por la zona de la Aquitania francesa. Y ahí
fue cuando empezamos a descubrir las joyas que tiene esta región del país
vecino.
EL ALOJAMIENTO
El
viaje lo dividimos en dos partes. La primera, de cuatro días de duración, la
pasaríamos en el Périgord, una zona muy turística especialmente en agosto. Al
estar tan demandada, nos costó encontrar un alojamiento que se adaptara a
nuestras necesidades. Queríamos una casa rural o un apartamento para poder
organizar mejor las comidas de los niños. Es un lugar muy visitado por familias
ansiosas de descanso, visitas culturales y exquisiteces gastronómicas.
Finalmente, encontramos una cabaña al noroeste de Sarlat la Caneda, centro
neurálgico de la comarca.
En
la segunda parte del viaje, de tres días de duración, nos alojamos en unos
apartamentos situados en Merignac, muy cerca del aeropuerto y a escasos diez
kilómetros del centro de Burdeos. La localización fue un acierto para coger el
vuelo de regreso y para visitar la playa atlántica próxima a la famosa Duna de
Pilat.
DÍA 1, 19 de agosto: VUELO Y RUTA
El
avión salía muy pronto. La duración del vuelo es de una hora y media desde
Sevilla así que prácticamente ni nos enteramos. Una vez llegamos a Burdeos,
alquilamos el coche que habíamos contratado por Internet y a eso de las nueve
de la mañana, estábamos dispuestos para iniciar nuestra ruta por tierras de
viñedos.
Nuestra
primera parada, Saint-Emilion. Este
pueblo medieval, patrimonio de la Humanidad por la Unesco, está situado a unos
35 Km al Noroeste de Burdeos y rodeado de un inmenso manto verde vinícola que
enmarca el municipio.
El
embrujo del lugar hace que en la plaza principal en la que se sitúa la Oficina
de Información Turística, te cobren por una botella de agua 5,5 € o por un café
4,80 € por lo que aconsejamos que miren los precios de donde se sientan antes
de pedir.
Pasado
el susto del precio del desayuno, nos dejamos llevar por la ciudad. Sus muros
te trasladan a época del románico. De la localidad, destaca la ermita
monolítica construida en piedra. Sin embargo, las visitas son guiadas y sólo
hacen un pase en inglés y francés. Al ir con los niños preferimos no cogerla y
hacer algo más libre. Visitamos el Château du Roi, la iglesia Colegialle que
cuenta con una joya de claustro románico, las murallas, el claustro de los
Cordeliers, las fosas y, especialmente, las calles escarpadas de color cálido.
Por el camino, no dejas de encontrarte atracciones: mercados artesanales,
galerías de arte y tiendas de vino, de muchos vinos.
Una parada
obligada del lugar sería visitar uno de los numerosos château (bodegas) que
existen por los alrededores. Además de dar a conocer el proceso de elaboración
del vino, hacen catas in situ. Lo mejor es buscar por Internet y reservar una
visita. Nosotros, al ir con los peques, dejamos el enoturismo para otra ocasión.
Tras
coger el coche y abastecernos en un supermercado nos fuimos dirección Périgueux.
Tras dejar atrás un mar de viñedos, entramos en la comarca del PÉRIGORD. Es una zona vinculada
administrativamente a la región de Aquitania, de la que ocupa la franja más
septentrional, el Departamento de Dordoña coincide con los límites de la
antigua provincia del Périgord. Está bañada por los ríos Dordoña, Isle, Dronne
y Vézère.
El
Périgord se divide en cuatro zonas: El Blanco, el Púrpura, el Negro y el Verde.
Los podemos distinguir por los distintos tonos en los paisajes de cada una de
las zonas.
Es
una tierra conocida por su gran patrimonio histórico. La llaman la tierra de
los 1000 y un castillos por la densidad de fortalezas. A ellas se suman
palacios, bastidas, una exuberante naturaleza, cuevas, yacimientos
prehistóricos y algunos de los pueblos considerados los más bellos de Francia.
Y
admirando los cambios en los paisajes, llegamos a Périgueux. Es la capital del Périgord Blanco, llamado así por el
color predominante de la piedra caliza. Es una ciudad enclavada en el Camino de
Santiago por lo que la catedral de
Saint Front ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad. Su plano en forma
de cruz griega aparenta a San Marcos de Venecia. Como curiosidad, decir que
sirvió de modelo en la construcción del “Sagrado Corazón” del Montmartre
parisino. A poca distancia de la catedral, se encuentra la oficina de turismo
y, adyacente, la Torre Mataguerre, último bastión de la muralla
medieval. En la oficina de turismo pudimos hacernos con libros de la zona,
folletos e informaciones sobre carreteras y visitas de interés.
Lo
bueno de Périgueux es que la vas descubriendo callejeando en las fachadas de
sus casas medievales y renacentistas, atravesadas con travesaños de madera al
más puro estilo del medievo.
En
la ciudad, podemos distinguir otro barrio galo romano (Barrio de Vesunna)
que cuenta con importantes vestigios de la Antigüedad. Entre otros, destaca el
Templo de Vesone y el Museo Galorromano Vesunna. En el mismo barrio, se
encuentra la Iglesia de la Cité, primera catedral de la ciudad hasta
1557.
Después
de nuestro primer día de viaje, intenso y completo, nos dirigimos dirección
Lissac sur Couze, donde se encuentra nuestra cabaña. Situada en pleno bosque,
es un placer para los adultos y los niños. Como podréis imaginar, caímos
rendidos.
DÍA 2, 20 de agosto
Tras
haber descansado y desayunado como reyes, cogemos nuestro Citroen C3 Picasso
para dirigirnos a Montignac,
municipio en el que se encuentran las famosas cuevas de Lascaux. Para visitar las cuevas, siempre con visita
guiada, tienes que comprar el ticket en la sucursal habilitada para ello en el
pueblo. La cola era tremenda pero tuvimos la suerte de entrar con un grupo de
españoles. Los niños menores de 5 años no pagan y los adultos algo más de 9
Euros. La entrada al recinto se sitúa a 2 Km. a la salida de Montignac.
La
cueva que se visita no es la original pero es una fiel reproducción de la
misma. Dicen que en algunos puntos sólo se diferencia 5 milímetros. La visita
dura 40 interesantes minutos en los que se hacen protagonistas los niños. La
temperatura del interior es de unos 13ºC por lo que hay que llevar algo de abrigo.
A la salida nos encontramos con una tienda de artículos muy atractivos para los
más pequeños sobre la Prehistoria.
De
vuelta en Montignac, muy animado y bullicioso, nos dimos un paseo por la orilla
del río Vézere. Las canoas multicolores surcaban el río con personas de todas
las edades. En los alrededores, se encuentran varios restaurantes con menús
infantiles. Pero como estaban muy llenos, decidimos hacer un “take away” y
comer en un área de descanso en plena naturaleza. Antes de salir del pueblo,
visitamos un mercado de artesanos con venta de productos locales. Chacinas,
foie gras, trufas, nueces, mermeladas, vinos,… artículos de delicatesen que son
irresistibles para cualquier paladar.
Tras
comer por el camino, llegamos al Castillo
de Losse. Está situado a 5 kilómetros de Montignac por la carretera D706.
La entrada cuesta 8 Euros, las visitas guiadas son sólo en francés y los
interiores tampoco son espectaculares. El paseo por los jardines es muy
agradable y hay una cafetería ideal para tomarse un café y hacer un alto en el
camino.
Cogiendo
la misma carretera a la izquierda, seguimos unos 3 kilómetros más hasta llegar
a Saint Leon de Vézere. Este pequeño
pueblo medieval pareciera que abraza al río. Posee un encanto sin igual y una
iglesia románica del siglo XII de gran importancia arquitéctonica. Esta
localidad está considerada una de las más bellas de Francia, y razón no le
falta. Está flanqueada por dos castillos que le dan un aspecto caballeresco e
importante, a pesar de que sólo cuenta con algo más de 500 habitantes.
A
otros pocos kilómetros, se encuentra La
Roque Saint-Christophe. Se trata de un acantilado de roca caliza en el que
se hallan refugios en la roca. Desde hace 55.000 años han servido como morada
al ser humano. Del hombre troglodita pasó a convertirse en fortaleza y ciudad
en la Edad Media. Actualmente no se conserva ninguna vivienda original. Si no
se quiere pagar la entrada, 8 € por persona, desde la carretera se puede
observar las cavidades en la roca y hacerse una idea aproximada de lo que fue.
Tienen una tienda con bastante información documental y práctica del lugar.
Como
nos había cundido bastante el día, decidimos regresar a nuestra cabaña. Sin
embargo, el Périgord te va atrapando y no pudimos resistir la tentación de
llegar a Aubas, un pueblo que estaba en fiestas. Compramos un vino blanco de
Bergerac para cenar y visitamos desde el exterior el Castillo de Sauveboeuf. Rodeado de maizales este castillo destaca
por el estilo de Luis XIII. Ofrece una visita al interior donde se encuentra el
Musée de la Préhistorie.
DÍA 3, 21 de agosto
Nuestro
objetivo para este día tenía nombre propio: Sarlat la Canéda, capital gastronómica y cultural del Périgord
Negro. Pero, lo que siempre ocurre por estas tierras, hicimos varias paradas
antes de llegar a nuestro destino.
Al
pasar por una pequeña aldea llamada Paulin,
no pudimos resistir la tentación de bajar para hacer algunas fotos. Iglesia
románica, casas rurales medievales y ni una sola presencia humana en el lugar.
Las labores agrarias ocupan el tiempo de sus gentes. Un dato curioso es que en
muchos templos religiosos hay placas en homenaje a los soldados y a los niños
fallecidos durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Listados con nombres
que nos recuerdan la barbarie de la guerra.
Continuando
nuestra ruta, pasamos por Salignac.
Otro imponente castillo nos da la bienvenida y la iglesia gótica de Notre-Dame
nos iluminó con sus imponentes vidrieras. Destacan en el pueblo las techumbres
con tejas de pizarra colocadas de tal forma que pareciera que se pueden caer.
Y ya
sí, llegamos a Sarlat. El
aparcamiento es complicado en el mes de agosto, lo sufrimos en primera persona.
Nada más entrar, te das cuenta de la cantidad de gente que se mueve por todos
los rincones. Es un hervidero de gente, tiendas, músicos callejeros, souvenirs
y un sin fin de edificios históricos que la hacen única.
Además
de por el turismo, Sarlat también es conocida por su famoso foie gras, uno de
los más reputados de Francia.
Uno
de los símbolos de la ciudad es “la linterna de los muertos”, una
extraña construcción cilíndrica que se alza desde el s. XII para conmemorar el
milagro de la desaparición de la peste en aquella época. Su función sigue
siendo un misterio. A su lado, se encuentra la catedral de Saint-Sacerdos.
Originariamente fue un edificio románico pero la mayor parte del templo es del
siglo XVI. Destacan los órganos de Lépine, uno de los más bellos de país galo.
Saliendo
de la catedral, nos encontramos con músicos que se sitúan casi a los pies de
otro de los símbolos de la ciudad, la fachada de la casa de La Boétie de
estilo renacentista italiano. Es uno de los puntos más fotografiados de Sarlat.
En la calle te encuentras auténticos artistas y artesanos que bien merecen una
parada y alguna que otra compra.
Muchos
son los edificios y calles que se deben nombrar por su belleza y singularidad
pero lo mejor es que vayamos descubriendo andando los encantos de esta ciudad
de unos 10.000 habitantes que recibe al año algo más de medio millón de
turistas. Por algo será.
Después
de comer y de un buen helado, nos desplazamos pocos kilómetros para visitar el Castillo de Castelnaud. Esta fortaleza
ofrece una de las mejores vista del Valle del Dordoña. La entrada cuesta 8,6€ y
el parking 3€ (recomendamos no aparcar donde indican las señales, sino abajo
que es gratis). Dentro del castillo, que es de gran tamaño y muy bien
conservado, se encuentra también un Museo de Armas Medievales bastante
interesante. Y a todo esto se añade un espectáculo medieval y artesanos
trabajando el vidrio o el hierro. La verdad es que merece la pena una visita.
La única pega, la masificación que tenía. A los niños les gustó mucho y más aún
porque les compramos unas armaduras y espadas de juguete para que fuesen
caballeros medievales defendiendo el castillo.
Otro
vigía del Dordoña es La Roque-Gageat.
Después del Mont Saint-Michel y Rocamadour, este pueblo obtuvo el preciado
título del “pueblo más bello de Francia”. Es una hilera de casas que se sitúa
entre un acantilado y el río. Se puede dar un paseo en barco por el río con
imponentes paisajes, rodeados de naturaleza. Otra opción es alquilar un kayak
para hacer piragüismo por el río. Y os aseguro que no estaréis solos porque las
piraguas de todos los colores y tamaños surcan las aguas del Dordoña.
Para
terminar la jornada, pasamos por Beynac
et Cazenac para contemplar brevemente sus casas de piedras con techos de
teja y ventanas con postigos. Parece que se hubiese detenido el tiempo. Sus
calles han sido testigo del rodaje de películas como Juana de Arco o Chocolat.
Su imponente castillo ubicado en lo más alto de la colina rocosa, estaba
cerrado cuando llegamos pero nos ofreció una de las más bellas fotografías del
viaje.
DÍA 4, 22 de agosto.
Como
todos los días, nos levantamos temprano y decidimos visitar los alrededores de
donde estábamos alojados así que nos fuimos al lago du Causse. Es un entorno
precioso que invita a las actividades acuáticas y al descanso. En esta zona,
nos resultó muy curiosa la iglesia de Lissac sur Couze, porque nada más entrar,
te encuentras una placa de mármol blanco con los nombres de los niños muertos
en la Primera y Segunda Guerra Mundiales. Nos dimos cuenta que este
reconocimiento es muy común en los municipios franceses. La guerra se hizo
notar y este es un ejemplo más.
Haciendo
ruta, pasamos por Le Soulier y otros pequeños núcleos rurales en los que se
pueden observar numerosos abrigos en la roca y casas-cueva construidas al
resguardo de la montaña.
A
nuestro GPS se le antojó llevarnos por carreteras secundarias hacia nuestro
destino: Saint Amand de Coly.
Mereció la pena por conocer rincones y paisajes campestres rodeados de árboles.
La parte negativa es que tardamos más tiempo en llegar. Pero, ¿quién tiene
prisas de vacaciones?.
Pues
bien, una vez en Saint Amand de Coly pudimos ver su famosa abadía. Construida
sobre una construcción del s.VI, lo que conocemos en la actualidad es del s.
XII. Se considera la más bella iglesia fortificada del Périgord, aunque las
cicatrices por las guerras de religión y saqueos continuos llegan hasta nuestros
días. Además de la abadía merece la pena callejear por esta aldea e imaginar su
pasado medieval con molino, hospital, posada y otros edificios propios de la
época.
Llegada
la hora del almuerzo decidimos volver pasando por Saint Génies, otro pueblo fortificado. El conjunto formado por
iglesia, casco medieval y castillo bien merece una parada. Dentro del castillo
hay una taberna que cocina recetas tradicionales de la zona. Cuando llegamos el
pueblo estaba en fiestas y se ve que son más de trasnochar porque no había
nadie por las calles. Sólo nos saludaron los tejados de pizarra de las casas y
los frescos del siglo XIV de la iglesia que pudimos ver tras empujar la puerta
de entrada.
El
Périgord destaca por ser uno de los lugares del mundo donde poner a punto el
paladar. Entre sus productos estrella destaca el foie-grás. Lo fabrican en granjas distribuidas por toda la región.
En muchas de ellas te permiten ver su proceso de elaboración y tener unos
encuentros con las ocas que les gusta mucho a los niños. En el camino de
regreso, conseguimos entrar en una, comprar sus productos y tener unos momentos
con las pobres ocas que desconocen su futuro.
Tras
almorzar y descansar un rato, decidimos ir por la tarde al Castillo de Hautefort, una auténtica joya. Se puede visitar
libremente o con guía. Nosotros decidimos ir por nuestra cuenta y tras pagar
los 8,5 € por cada adulto, nos imbuimos del ambiente noble y robusto que nos
transmite el castillo. Nada más entrar puedes ver un documental que te cuenta
la historia del edificio que pasó de ser fortaleza a palacio clásico en el
siglo XVI. Los jardines del recinto son espectaculares y un paseo por ellos
terminada la visita interior es ineludible. El recorrido por las estancias del
palacio merece la pena. Está todo muy bien señalizado y con el ticket de la
entrada, te dan una guía en castellano sobre las estancias que se visitan. El
buen estado de conservación se lo debemos a la Baronesa Simone de Bastard
(1901-1999) que dedicó gran parte de su vida a remodelar y conservar el conjunto.
Además
del palacio y de los jardines, son de ineludible visita la capilla, el horno
del pueblo y los subterráneos que nos despiden tras volver a salir por el
puente levadizo que nos acogió para entrar.
Pues
parecía que nuestro día había terminado pero, de camino a nuestro alojamiento,
nos detuvimos en uno de los pueblos que más nos gustó: Terrason. Bañado por el río Vézère, el Puente Viejo (s. XV) y el Puente Nuevo, nos adentran en un lugar
escarpado en una colina con vistas espectaculares. El casco antiguo, con casas
de madera e imágenes florales, está muy bien conservado y posee edificios
románicos y góticos principalmente. Desde La
Place, se puede contemplar el paso tranquilo del Vézère y la iglesia
principal de la localidad. Los Jardins de l´Imaginaire son un gran atractivo
del lugar aunque nosotros no llegamos a verlos porque estaban cerrados.
DÍA 5, 23 de agosto.
Este
día tocaba hacer equipaje y dirigirnos hacia Burdeos. Pensamos estar toda la
jornada de ruta y llegar a la ciudad por la noche. Así que nos organizamos con
los sitios a visitar, nos despedimos de este lugar tan agradable y cogimos
carretera y manta.
El
primer lugar por el que pasamos fue Les
Eyzies. En este pueblo se ubica el Museo
Nacional de la Prehistoria. Está dividido en varias salas temáticas y su
entrada se sitúa en el abrigo de un gran promontorio. En la zona existen
multitud de cuevas y restos prehistóricos por lo que se considera a esta zona
como “la cuna del hombre europeo”. Todos los alrededores son ideales para hacer
escalada y otros deportes de aventura al aire libre.
Tras
dejar atrás Campagne con su impoluto
castillo y Le Bouque, donde se
hallaba un mercado de productos regionales (era sábado) llegamos a nuestro
siguiente destino: Cadouin y su abadía.
Este municipio, auténtica fortaleza medieval, nos sorprende por el buen estado
de conservación de sus calles y de los lugares históricos. Visitamos la iglesia
(entrada libre) y la abadía del siglo XII (costaba la entrada 6,20 € por
persona). Esta construcción cisterciense se hizo famosa porque se creyó que el
santo sudario se encontraba entre sus muros. Esto hizo que aumentaran las
peregrinaciones y su riqueza. La iglesia románica fue consagrada en 1154. De ella se desprende
la espiritualidad cisterciense del siglo XII. El claustro, de los siglos XV y
XVI, es una obra maestra del arte gótico flamígero.
A
pocos kilómetros de Cadouin, encontramos un pequeño pueblo: Saint Avit Sénieur. Comimos en un área
de picnic que había en la entrada de la villa y nos dispusimos a contemplar la
gran iglesia-fortaleza, la bastida y los restos del claustro. Todo el conjunto
es una verdadera maravilla y no es muy visitado por los turistas. La iglesia,
vista desde el exterior, se confunde con un castillo rodeado de torres
defensivas imponentes. Sin duda, nos hace suponer que estábamos en un lugar
donde las guerras y los conflictos debían ser habituales.
Tras
deleitarnos con un helado callejeando por sus calles, nos subimos nuevamente al
coche y llegamos a otro pueblo medieval fortificado, Beaumont du Périgord. Flanqueado por 16 puertas su templo religioso
muestra también el espíritu defensivo de la zona. Más que una iglesia, parece
un castillo. Destaca su plaza central y las calles con casas de madera con
listones al más puro estilo del medievo.
Issigeac, otra villa medieval que
parece salida de un cuento, nos saluda con sus pequeñas viviendas y tiendas
tradicionales. Un paseo contemplando su bien cuidado casco histórico, nos hace
retroceder siglos en el tiempo.
Nos
dirigimos hacia Bergerac pero de camino no pudimos dejar de parar y contemplar
el Castillo de Monbazillac. Rodeado
de kilómetros de viñedos, este castillo con cuatro gruesas torres circulares y
elementos defensivos (matacanes, saeteras...) se unen con elegantes elementos
del Renacimiento. Dentro, se sitúa el museo de la vid y del vino, del mueble
perigurdino, de la historia del protestantismo y de los mil y un castillos del
Périgord. Las antiguas bodegas han sido transformadas en salas de restaurante.
Es uno de los castillos más visitados de la región por combinar arte y
enoturismo.
A
media tarde llegamos a Bergerac. Su
nombre es famoso por relacionarlo con Cyrano de Bergerac pero, ni este pensador
era de allí ni tiene nada que ver con la obra de teatro del mismo nombres. Sin
embargo, entre los rincones de esta ciudad podemos contemplar varias estatuas
de este personaje. Es muy agradable pasear junto al Dordoña, ver las coloridas
flores que se asoman por las ventanas y visitar el Museo del Tabaco, del Vino y
las iglesias románicas, góticas y renacentistas que nos encontramos a nuestro
paso.
El
día ha sido largo y tras pasar otros minutos en el coche hasta llegar a nuestro
apartamento situado en Merignac, (cerca del aeropuerto y a 5 kilómetros de
Burdeos), decidimos terminar el día cenando y regando la comida con un buen
vino de la tierra.
DÍA 6, 24 de agosto
Este
día solo tiene un nombre: BURDEOS.
Ciudad de arte, de cultura y de historia, conserva un excepcional patrimonio
arquitectónico del siglo XVIII e importantes museos. Aparcamos cerca del Museo de Bellas Artes que fue nuestra
primera parada. El museo tiene una colección grande y rica de la pintura
europea, desde el Quattrocento hasta los tiempos modernos.
Es particularmente conocido por su colección de pintores flamencos del siglo
XVII y pintura holandesa, con obras de artistas famosos. Los artistas españoles
representados son Murillo, Zurbarán y Picasso. Me parece muy importante llevar
a los niños a los museos y enseñarles a mirar y admirar la pintura. Son
geniales las interpretaciones que hacen de las obras.
Saliendo
del museo y tras pocos metros, nos encontramos con la Catedral de San Andrés. Está coronada por dos altas torres
predominando el estilo gótico en sus fachadas. No pudimos visitar el interior
al no coincidir los horarios. Seguimos nuestro camino haciendo uso de las
sillitas de los niños y tras pasar la calle comercial Gambetta, llegamos a la Estatua de Goya y a la Iglesia de
Notre-Dame. El genial pintor zaragozano pasó en Burdeos los últimos años de
su vida y con esta escultura se le rinde homenaje al lado de la iglesia donde
recibió sepultura. El edificio es de estilo barroco y es uno de los lugares más
visitados de la ciudad. La entrada es gratuita.
Anduvimos
un poco hasta llegar al Grand Théâtre,
la Ópera Nacional. Con una capacidad para 1.100 espectadores, este edificio de
estilo neoclásico, fue concebido como templo de las artes con un pórtico de
12 columnas corintias soportando un frontiscipio con 12 estatuas: las nueve
musas y las diosas Juno, Venus y Minerva.
Se circunscribe dentro del opulento urbanismo bordenés propio del Siglo de las Luces.
La oficina de turismo está situada a
pocos metros de la ópera y te ofrecen mucha información sobre la capital y la
región. Especialmente, es interesante el plano de la ciudad. Frente a ella se
ubica el Museo del Vino, uno de los atractivos bordelenses. Y es inevitable
dirigirte hacia la Explanada de
Quinconces al ver la columna que se alza a más de 40 metros del suelo. Se
trata del Monumentos a los Girondinos,
coronado por “La libertad rompiendo sus cadenas”. La plaza está considerada
como la más grande de Francia así que es fácil sentirse pequeño en este
grandioso espacio.
Después
de admirar los edificios señoriales que nos encontramos por el camino, nos
fuimos dirección al río Garona donde hallamos las postales más típicas de la
ciudad. Junto al río y de frente a la ciudad antigua, puedes fotografiar el Palais y Palace Bourse, el Hôtel Fernes y en el centro, con la
mejor situación, la fuente de las Tres
Gracias. Ambos edificios eran los centros neurálgicos del comercio bordelés
en siglos pasados. Todas esta panorámica la encontramos desde el punto con más
flashes de la ciudad: el Espejo del Agua (Miroir
d´eau). Además de ser refrescante en agosto, es el punto de encuentro y de
diversión de los habitantes de la ciudad y de los foráneos como nosotros.
Y
así llegó la hora del almuerzo. Nada mejor que sentarse en una de las terrazas
de la Place du Parlament y disfrutar
de la cocina francesa en una de sus brasseries. Tanto las ensaladas como los
platos de carne con sabor a foie gras están deliciosos. Además, la plaza goza
de un gran ambiente bohemio, con escaparates de comercios tradiciones y de
talleres de artesanía (ateliers).
Tras
comer tranquilamente, retomamos la ruta. Empezamos a caminar y nos encontramos
con la Porte Cailhau. Es una antigua
puerta de planta ovoidal construida a finales del siglo XV. Servía como entrada
triunfal a la ciudad para los monarcas y altas autoridades. Tras detenernos
para inmortalizarnos junto a ella, nos fuimos cruzando la calle de Víctor Hugo
hacia la Basilique et Fleche
Saint-Michel. La torre, separada de la iglesia, tiene el honor de ser el
campanario más alto con 114 metros y la basílica conserva un estilo gótico
tardío bastante robusto. Se nota a leguas que esta es la parte más humilde de
la ciudad. Hay muchos negocios de inmigrantes y edificios deteriorados que
necesitan rehabilitación.
Volviendo
sobre nuestros pasos pero alejándonos del río, nos dirigimos ahora hacia la Grosse Cloche (s. XIII-XV). Es otra
puerta defensiva de la ciudad. Formaba parte del ayuntamiento, era el lugar
donde se reunían los concejales. Su campana, símbolo de las libertades
municipales, tocaba para anunciar los grandes acontecimientos públicos. Al
cruzar esta puerta entramos en la Rue Saint-James, calle peatonal con un
ambiente lúdico. Puedes ver a grupos de jóvenes divirtiéndose con juegos en
plena calle o a artistas trabajando.
A
estas alturas del día y después de caminar por toda la ciudad, decidimos volver
al hotel y descansar. Pero antes no quisimos dejar de cruzar el Pont de Pierre con el coche y
dirigirnos al otro lado de la ciudad desde donde tenemos una panorámica
estupenda al anochecer. En ese momento, bien podría confundirse con París.
DÍA 7, 25 de agosto
Esta
jornada tocaba ser más relajada. La gran
duna de Pilat de arena natural formada en el Golfo de Vizcaya, era nuestro
destino. Sin embargo, casi nos arrepentimos de ir porque estuvimos en caravana
unos veinte kilómetros y, según leímos después, estas aglomeraciones de tráfico
son habituales en los meses de verano. La verdad es que tardamos unas tres
horas en hacer un recorrido que se podía hacer en una. Cuando por fin llegamos,
seguían los inconvenientes. No había aparcamiento en los espacios que habilitan
para dejar los coches por lo que tuvimos que irnos más lejos para poder
aparcar. La duna se ve desde la carretera que la bordea y la verdad es que
impresiona. Ocupa 2,7 kilómetros de costa y se adentra unos 500 metros. Su
cresta es la mayor de Europa y tanto la duna como el entorno, es un ecosistema
de un valor excepcional protegido.
Siguiendo
la duna, llegamos a la Playa du Petit Nice. Flanqueada por pinos, nos cautivó
su finísima arena blanca y el aspecto natural que ofrecía gracias a la
influencia del médano. Así que nos tumbamos tan ricamente y echamos un día
estupendo. El agua tenía una temperatura agradable, perfecta para el baño.
Después
de comer en uno de los merenderos preparados para tal fin, nos dimos una vuelta
por Arcanchón, una ciudad muy
turística al más puro estilo de la Costa del Sol. Las calles bullían de gente y
los restaurantes estaban “haciendo su agosto”.
La
vuelta a Merignac fue algo mejor pero el tráfico seguía siendo intenso. Después
de una ducha y de descansar un rato, nos fuimos al centro de Burdeos a
despedirnos de la ciudad y a pasear por las calles de esta ciudad encantadora.
Nuestro periplo terminó con una buena cena en Chapeau Rouge Brasserie cerca de
la Ópera Nacional y con unas fotos divertidas en el Espejo del Agua. No podía
haber un lugar mejor para la despedida.
DÍA 8, 26 de agosto: Regreso
En
este momento, hay poco que decir. Maletas, dejar el coche en la compañía de
alquiler, vuelo de hora y media y aterrizaje en Sevilla sin más contratiempos.
Aquí
se quedan momentos descritos para el recuerdo y otros muchos que no se pueden
expresar pero que permanecerán para siempre en nuestra retina. Mis hijos, con
sus cuatro y tres años, seguramente no recuerden este viaje cuando sean mayores
pero aquí tendrán una referencia para poder afirmar que ellos estuvieron en el
Périgord y en Burdeos. Y yo les recordaré lo bien que nos lo pasamos en
familia.
Se me olvidaba mencionarlo. El guerrero de Playmobil fue nuestro quinto compañero de viaje. |
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