El
Puente de la Inmaculada nos permitía tener unas mini vacaciones, desde el
viernes hasta el lunes. Decidimos hacer
una escapada pero, ¿cuál sería el destino? Queríamos ir a la Sierra de Aracena
en Huelva pero a falta de pocos días para el inicio del puente, no había casi
nada y lo que quedaba era carísimo. Y de repente, se nos ocurrió que podíamos
conocer mejor ese gran amigo y vecino que es Portugal. Nos situamos en el mapa
y pensamos que una buena opción podría ser el Alentejo, región en el centro del
país luso.
Ya
teníamos la zona. Ahora debíamos elegir un punto estratégico como centro de
operaciones desde el que movernos hacia las excursiones y destinos que pensamos
conocer. Évora era el sitio perfecto.
Al
buscar alojamiento vimos que podíamos quedarnos en una herdade, una finca rural con la opción de elaborar nuestro propio
queso y de estar en contacto directo con animales de granja. Era el sitio
perfecto para los niños pero nuestro gozo quedó en un pozo porque cuando fuimos
a reservar, ya no quedaban habitaciones. Para otra ocasión, nos apuntamos el
sitio. Se llama Herdade da Amendoeira, a unos quince kilómetros de Évora.
Finalmente
reservamos un bungalow muy bien equipado, nuevo y económico que nos permitía
cocinar y tener más independencia con los niños. En él hacíamos el desayuno y
la cena; para el almuerzo preferimos conocer la gastronomía local. Por
merecimiento cabe mencionar el nombre del alojamiento: Parque de Campismo
Orbitur Évora.
DÍA
5 DE DICIEMBRE: VIAJE EN COCHE
Estuvimos
toda la tarde de viaje. Íbamos preparados en el coche con música infantil,
canciones, juegos y capítulos interminables de Peppa Pig. El viaje se pasó
rápido y más teniendo en cuenta de que en Portugal hay una hora menos.
DÍA
6 DE DICIEMBRE: ÉVORA Y CASTELO DE VIDE
Évora
Évora
Abría
el día cuando llegamos al centro de la ciudad de Évora. Esta ciudad, de unos
50.000 habitantes, se sitúa en el corazón del Alentejo y presume de ser
Patrimonio de la Humanidad desde 1986.
Es
la segunda vez que disfrutamos de esta ciudad histórica pero la primera que nos
acompañan dos pequeños viajeros que están aprendiendo a valorar el patrimonio
con curiosidad y energía.
Pues
bien, tras pasar por la oficina de turismo y escuchar villancicos en la Plaza
de Giraldo enmarcados por un gran portal de Belén situado en la escalinata de
la iglesia de Antao, nos dirigimos hacia la Catedral. La calle que enlazan
ambos puntos estratégicos está plagada de puestos con souvenirs y artesanía
local. Destaca la capa alentejana, abrigo tradicional de lana, de distintos
largos y con parecido a la capa española pero en variados y cálidos tonos.
La
Catedral de Santa María, construida sobre una antigua mezquita, saluda a los
turistas con un pórtico apuntado, enmarcado con arquivoltas que nos invita a
entrar. El interior destaca por su altura dividida en tres naves, arcos de
medio punto y con una planta de cruz latina. El altar mayor está presidido por
una imagen de la virgen María embarazada. Tras pasear lentamente y contemplar
los azulejos y pinturas de las paredes, pasamos a visitar el claustro
adyacente. Del siglo XIV, el conjunto está formado por arcos apuntados góticos
que ofrecen un aspecto majestuoso. Se puede acceder al piso superior por unas
escaleras de caracol que nos ofrecen buenas vistas de todo el edificio y de los
edificios circundantes.
A
pocos metros de la catedral, podemos contemplar el Templo de Diana. Sus
esbeltas columnas se erigen desafiando al viento y al frío y al paso del tiempo
que ha hecho que el foro romano de Évora apenas se conserve. Y sin salir de la
plaza, pasamos de época antigua al período medieval. Nos adentramos ahora en la
Iglesia de San Joao Evangelista y en el Palacio de los Marqueses de Cadaval.
Puedes visitar ambos edificios en una entrada conjunta de 2,5 €. Los niños no
pagan.
De
la iglesia cabe destacar sus magníficos azulejos al más estilo portugués y dos
trampillas, una con huesos humanos y otra con un pozo. Asomarse es uno de los
“pecados mortales” de cualquier niño que se precie.
Al
palacio se accede por un patio lateral. Es muy recomendable su visita por los
objetos que contiene, las pinturas y lo bien conservado que está. Muy curioso
nos resultó el juego de maletas de Louis Vuitton, completísima y antiguas.
También es de mencionar la cocina cuya chimenea sigue en funcionamiento.
Adyacente
al edificio se encuentra una de las Pousadas históricas de Portugal, el Palacio
dos Lóios, un alojamiento similar a los Paradores españoles.
Tras
salir al radiante sol de diciembre, callejeamos para encontrarnos con la
universidad de Évora, la segunda más antigua del país luso tras la de Coimbra.
Posee un claustro digno de admiración, unos pasillos que destilan conocimiento
y multitud de aulas abiertas que se pueden observar.
Y
llegó la hora de comer casi sin darnos cuenta. Estábamos un poco cansados así
que decidimos comer. Pensamos no ver lo que nos falta de la ciudad porque ya lo
conocimos en la anterior visita. Sin embargo, hay que recomendarlos: la Capela
dos Ossos (Capilla de los Huesos), una pequeña cripta con multitud de huesos
humanos bastante tétrica y curiosa y el Jardim Público, un espacio verde
abierto con patos, pavos reales y otras especies acuáticas que gustarán a los pequeños
y mayores.
Castelo
de Vide:
Aprovechamos
la hora de la siesta para dirigirnos a esta bella localidad situada a 120
kilómetros de Évora. Se trata de un pueblo de algo más de 3.000 habitantes. Su
castillo imponente nos saluda desde lo más alto y su judería nos atrapa con tan
solo callejear por sus empedradas vías. Debido a que en diciembre anochece
sobre las cinco de la tarde, no nos dio tiempo a saborear este pueblo lo que se
merece. Posee un pasado histórico intenso y un patrimonio que cuenta con sinagoga,
recinto fortificado, fuentes monumentales y una inmensa plaza presidida por la
estatua de Pedro V y la iglesia de Santa María de la Devesa. En total, se
contabilizan 24 iglesias y ermitas que se entremezclan con sinuosas callejas y
antiguo pasado.
DÍA
7 DE DICIEMBRE: MONSARAZ, TERENA, VILA VIÇOSA Y ESTREMOZ
Monsaraz
Este
pequeño pueblo fortificado está situado sobre un promontorio y podemos decir
sin temor a equivocarnos que es un museo al aire libre. Recorrer sus calles nos
devuelve directamente al medievo y sus vistas nos hacen contemplar un río
Guadiana espléndido que se abre con varios brazos de agua pareciendo que abraza
a esta tierra turística y bellísima.
Es
totalmente peatonal y tiene sólo dos calles, la Rua Direita y la Rua de
Santiago.
El
corazón de la villa es la Igreja
Matriz. En la misma plaza hay un
peculiar picota del siglo XVIII coronada por una esfera del universo.
El castillo tiene
un torre del homenaje (Torre de Menagem) de forma pentagonal
y levantado en el siglo XIII por el Rey Afonso III. En su interior, se celebran
corridas de toros y otros espectáculos adaptados al espacio. Desde el Castillo
se tienen unas vistas espectaculares que requieren fotografías para el
recuerdo.
Al
encontrarnos en fechas prenavideñas había un Portal de Belén a tamaño real
repartido por todo el municipio. Personajes de todo tipo te acompañaban en el
paseo por las calles y rincones de la aldea.
Son
destacables también las exposiciones de arte y de artesanía que se abren al
visitante ofreciendo una mezcla de tradición y modernidad.
Terena
Este
es otro pequeño pueblo del Alentejo que destaca por ser uno de los lugares
documentados más antiguos de Portugal. Todos los pueblos y civilizaciones desde
hace 5000 años han pasado por sus tierras y han dejado sus huellas. Hoy día
destacan su castillo (aunque su interior es diáfano) y su iglesia. No está tan
orientada al turismo como otras y no nos detuvimos mucho más que el tiempo de
encontrar algunos rincones fotogénicos y poder observar el ritmo lento de sus
habitantes.
Vila
Viçosa
Esta
población de algo más de 5000 habitantes se divide claramente en dos partes.
Una situada en el castillo fortificado que se alza sobre una colina y otra
segunda que se abre entre la Plaza de la República y el Palacio Ducal.
Pasemos
a repasar nuestro paso por el lugar más elevado. La iglesia de la Concepción es
el Santuario nacional que alberga a la patrona de Portugal, la Virgen de la
Inmaculada Concepción. Por las fechas de nuestra visita pudimos ver la devoción
que despierta la imagen, montada en su trono para ser procesionada el día 8,
esto es, un día después de nuestra llegada. Habían autobuses visitando el
templo y multitud de personas encendiendo velas.
El
santuario, erigido dentro del conjunto fortificado, fue terminado en el siglo
XVI. Destacan sus azulejos típicamente portugueses y sus altas columnas dóricas
que separan las tres naves de las que consta la edificación.
En
el mismo recinto, se encuentra el Castillo de Vila Viçosa. Construido en
1270, bajo el patrocinio del rey Afonso III, a lo largo de los años ha sufrido
numerosas reconstrucciones. Fue residencia real hasta 1501, momento en el que
el tercer duque de Bragança fue ejecutado por traición y su hijo no quiso
residir en él y mandó construir el palacio real.
El
castillo cuenta con unos grandes fosos y con museo de caza y de arqueología que
no llegamos a visitar porque no nos cuadraban los horarios.
Cuando
bajamos a la Plaza de la República buscamos un sitio para comer. Nos gustó una
taberna situada en una pequeña calle paralela, la Taberna do Belhuca. El vino y
los platos alentejanos tradicionales bien merecen una parada. Las migas
alentejanas y la sopa de tomate estaban exquisitas y el precio económico y
asequible.
Tras
reponer fuerzas, nos dirigimos hacia el Palacio Ducal de Bragança (s.XVI-XVII),
un imponente edificio que acogió a la primera familia de la nobleza portuguesa
hasta principios del siglo XX. La visita se hace con guía y en portugués pero
te aporta mucha información. La entrada cuesta por persona 6 Euros. Las
estancias más nobles se sitúan en la primera planta. Muchos de los elementos
que se muestran son originales (pinturas, muebles, tapices,..) y entre varias
curiosidades, destaca por poseer el mayor número de piezas de cocina de cobre
de Europa. Es de subrayar también la extensa armería del palacio y la
exposición de carruajes.
Estremoz
A
unos 20 kilómetros de Vila Viçosa se sitúa este otro municipio que tiene una
coincidencia con el anterior. Está dividido en dos partes: la alta medieval y
la baja moderna.
En la parte superior encontramos el recinto amurallado, iglesias, la Torre de las Tres Coronas y la Pousada de la Reina Isabel, un alojamiento señorial con una cafetería que invita al descanso y a la relajación. Al ir con niños no era nuestro caso así que nos asomamos para verla y en eso consistió nuestro relax. A la Torre de las Tres Coronas se puede subir para contemplar el paisaje alentajano de Estremoz y para marcarse unas buenas fotografías con esa luz del atardecer que dura pocos minutos.
La
parte menos elevada de la localidad se abre en torno a la plaza de Rossio. En
ella encontramos multitud de bares, comercios y la oficina de turismo. También
podemos observar rasgos modernistas en algunos de sus edificios. En esta parte
de la ciudad podemos visitar, entre otras posibilidades, el Museo Rural, la
Iglesia de San Andrés y la grandiosa fuente dedicada a Neptuno que se sitúa en
el centro de la misma portando no un tridente como sería de esperar, sino una
hoz.
El
día ha dado mucho de sí. Hemos conocido rincones que nos acercan más a esta
tierra y los niños hasta les han pedido los regalos a los Reyes Magos de Vila
Viçosa. ¿Sólo los niños?
DÍA
8: BEJA, SERPA Y REGRESO A CASA
Beja
Es
uno de los municipios más grandes de Portugal con 35.000 habitantes. Celtas,
cartagineses, romanos, visigodos, árabes y reyes cristianos han pasado por sus
tierras dejando sus huellas.
Encontrar
el centro histórico nos costó un poco puesto que las indicaciones no son
claras. Cuando conseguimos encontrar el Castillo y la torre del Homenaje, nos
dirigimos a la oficina de turismo. En ella, nos dieron un plano de la ciudad
pero nos indicaron que al ser lunes y festivo, muchos de los monumentos
estarían cerrados. Aún así, pudimos
constatar que Beja guarda en sus muros un gran patrimonio. Patrimonio este
deteriorado en numerosos edificios. Esto nos decepcionó un poco.
Pero
pasemos a describir nuestro recorrido por Beja. Una vez en el castillo, pudimos
comprobar que una parte del acceso a la torre se había caído por lo que no
pudimos subir las escaleras de caracol que nos permiten tener un plano
inigualable de las llanuras alentejanas.
Empezamos
a callejear y llegamos a la iglesia de Santa María, al Museo Regional, la plaza
de la República y a un mercado local de artesanía donde compramos un pequeño
portal de belén elaborado con barro. En
todos los edificios se alzaban orgullosas banderolas que informaban de que el
cante tradicional alentejano ha sido reconocido por la UNESCO como Patrimonio
Mundial de la Humanidad.
Antes
de partir hacia nuestro último destino visitamos la Capilla de San Esteban,
adyacente al hospital del mismo nombre. De estilo barroco, nos explicaron que
debajo del retablo existían unas pinturas góticas que estaban pensando en
descubrir puesto que el actual conjunto fue trasladado desde el Convento de San
Francisco.
Serpa
Fue
nuestro último contacto con el Alentejo y no nos dejó indiferentes. Posee una
de las mejores murallas que rodean la ciudad y que conecta con una noria y un
acueducto que abastecía de agua a sus habitantes. Las puertas de acceso al
núcleo medieval todavía se conservan al igual que la esencia de ciudad
fronteriza y defensiva.
El
castillo tiene en su entrada una parte que se vino abajo y que se quedó
encajonada con otra parte del edificio. Ya se ha quedado como una seña de
identidad de este baluarte.
Entre
las posibles visitas se encuentran el Museo del Reloj y el Museo Etnográfico.
Caminar por sus calles empedradas es todo un placer para los sentidos. Se
entremezclan palacios señoriales con casas bajas humildes. Techos altos con
azulejos; chimeneas con naranjos y olivos en las plazas; ropa tendida en las
aceras con olor a comida; mayores sentados en la plaza con niños correteando
por las esquinas.
Hay
varios restaurantes para comer en la plaza del pueblo pero nosotros nos fuimos
a un local situado en las afueras, el Pedra de Sal. Pudimos saborear un bacalao
a la brás (revuelto de bacalao, huevo y patatas paja), camarones a la
portuguesa y un queso de Serpa delicioso para untar.
Y
con el estómago lleno retornamos en coche hacia nuestra casa con un sinfín de
sensaciones acumuladas.
El
Alentejo portugués, un territorio plagado de encinas, cigüeñas, pueblos de
verdad, largas llanuras, verdes infinitos, un espíritu auténtico y un aire
entre melancólico y decadente que nos retrotrae a valores tradicionales que
siempre conviene recordar.
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